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emperador Adriano; el cual, ante  Y Kafka, a su vez, en ese relato
                                            la proximidad de la muerte, cada  se limita a copiar el texto de un
                                            noche, al acostarse, le repetía a  antiguo  manuscrito  encontrado,
                                            su querida almita vieja y cansa-    que  contenía  la narración de  un
                                            da: “En el lugar al que vas ahora,  agobiado  zapatero  anónimo,  so-
                                            ya no disfrutarás, como solías, de  bre  una  serie de  sucesos  ocurri-
                                            las diversiones de antaño”. Para  dos en un pasado remoto en una,
                                            que  fuera  haciéndose  a  la  idea.  también desconocida, ciudad im-
                                            Por si acaso.                       perial.
                                               Cuando vi la hoja vieja que el     Con la letra pequeña y apreta-
                                            profesor  K  había  dejado,  como  da de K, el pobre zapatero pare-
                                            único  recordatorio de  su  paso  cía  aún más  agobiado  que  en  la
                                            por el  instituto,  en  el  cajón de  obra original,  donde  comenzaba
                                            su mesa de trabajo en los depar-    su relato diciendo:  “Hasta aho-
                                            tamentos,  enseguida  pensé que  ra nos hemos desentendido y nos
                                            podría  ser una  copia  del  Animu-  hemos dedicado a hacer nuestro
                                            la, vagula, blandula que tanto le  trabajo, pero los acontecimientos
                                            gustaba recitar en clase. Pero esa  de los últimos tiempos nos preo-
                                            idea me pareció enseguida dema-     cupan”. La ciudad estaba ocupa-
                                            siado fúnebre. Al fin y al cabo, K  da por gente armada, que no eran
        y guardando  sus documentos en                                          soldados, sino nómadas  llegados
        carpetas de cartón de ese mismo                                         de  muy  lejos (quizás  del  norte),
        color con sus gomillas y sus sola-                                      que aparecieron de pronto en la
        pas. Y además, para asombro de                                          plaza  principal,  y  que  cada  día
        sus alumnos y de algunos de sus                                         crecían  en  número. Vivían  a la
        colegas, todavía seguía enviando                                        intemperie y sólo se ocupaban de
        sus mensajes por el  correo que                                         ejercitarse para la guerra, comer,
        ahora llaman ordinario.                                                 beber y ensuciarlo todo. “A veces
           Tampoco tenía  whatsapp, fa-                                         intentamos salir de nuestras tien-
        cebook  ni  instagram;  porque  le                                      das y quitar al menos parte de la
        gustaba  charlar  con sus amigos                                        basura –comenta  el narrador--
        cara a cara en los bares, toman-                                        pero cada vez lo hacemos menos,
        do juntos unas cervezas y (si se                                        ya que resulta un esfuerzo inútil,
        podía) fumando. Aunque K nunca                                          que nos pone además en peligro
        fumó (ni siquiera tabaco), en esas                                      de caer bajo los furiosos caballos,
        reuniones, entre las inhalaciones                                       o de ser heridos por las fustas de
        del humerío ajeno y las charlas a   no había  muerto  (que  se sepa),  sus jinetes”.
        grito pelao de la tercera o cuarta   sólo había desaparecido sin dejar
        cerveza,  se sentía  reconfortado   rastro. Bueno sí, sólo uno: esa so-
        de todos los sinsabores de su ruti-  litaria hoja vieja en el fondo del
        na diaria en el trabajo.            cajón de una mesa de la segunda
           No se  sabe  qué  le  ocurriría a   planta del instituto.
        K  en  los últimos años,  pero hay     Felizmente, nada más darle la
        noticia  de  que  incluso  perdió el   vuelta y leer el encabezamiento,
        gusto por  estos  pequeños place-   quedó  descartado  que  se trata-
        res que  antes tanto  disfrutaba.   ra de una nota de suicidio; pues
        Desapareció  de las inauguracio-    destacaba  con  letra  grande  un
        nes de curso, de las despedidas     título que decía: Una hoja vieja,
        de trimestre, de los almuerzos de   un  cuento de Franz Kafka. Una
        feria, de las fiestas de la prima-  hoja vieja en otra  hoja vieja,  K
        vera, y hasta de los santos y cum-  en Kafka… ¿Un juego de espejos,
        pleaños de compañeros y amigos.     quizás? Pudiera ser; porque, apar-
        Quizás fuera la edad. Ya se sabe,   te de algunos subrayados y anota-
        hay que entrenarse para todo. A     ciones, la hoja vieja del profesor    Era imposible hablar con ellos.
        lo mejor K había decidido atem-     K sólo contenía una copia manus-    Desconocían  la  lengua  local y,
        perar su ánimo de cara al futuro,   crita  de  La hoja vieja de Kafka.  cuando hablaban entre ellos, sus
        al  estilo estoico de  su admirado



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